Con el cambio climático se nos está acabando el planeta, eso lo sabe medio mundo. La otra mitad hace como que no sabe. A diario nos despertamos con signos inequívocos de una Tierra que se tambalea sin pausa. Océanos enfermos taponados de plástico recibiendo vertidos envenenados. El Polo Norte en un pavoroso proceso con el deshielo. El Ártico liberando altas cifras de carbono que alterarán las temperaturas medias. Todo el ecosistema desestabilizándose entre mega ciudades y sobrepoblación a destajo.

Por una parte reina mucha desinformación, la que impulsan los grupos de poder (lobbies) resguardando sus intereses económicos, Por otra se plantea la indiferencia del ciudadano medio o su impotencia. Y para remate, hasta campean los que, ante las tantas calamidades, niegan las abrumadoras evidencias científicas.

Y como todo va y viene en la compra y venta del sistema, ahora que ya acabaron las vacaciones del Viejo Mundo, ahora que las carreteras siguen atiborradas de coches que regresan, ahora que se inicia el año escolar, el pobrerío y la clase media suma y sigue con los temas sin salida: crisis, desempleo, prostitución bancaria, euro politiquería.

Entretanto, bajo cuerdas, muchos adinerados se afanan instalándose un refugio bajo tierra. Y van asustados y apurados porque los avispados constructores hacen buen negocio divulgando una noticia distorsionada. Repiten que, según los Mayas, el mundo se va a terminar el 21 de diciembre próximo. Puro cuento.

En un pasado ignoto los Mayas habitaron Mesoamérica (América Central) en un vasto territorio que hoy corresponde a Guatemala, Bélice, Honduras, El Salvador y el sureste de México. Hablaban, por lo menos, en 44 lenguas y dialectos. Fueron increíbles constructores de pirámides y monumentos. Su ecosistema fue la selva tropical, por consiguiente desarrollaron una economía agraria. Cultivaran especialmente frijoles, maíz y calabazas en tanto que, en los intercambios, comerciaban con jade, cacao, sal y obsidiana. Su capital fue Teotihuacan, (lugar de dioses).

En el punto más alto de su civilización los Mayas desaparecieron. Las causas siguen siendo un misterio, Los investigadores conjeturan que encallaron por la sobrepoblación y las consiguientes hambrunas, epidemias o desórdenes sociales, todo cuenta. Hoy, dispersos en la zona, quedan unos dos millones de habitantes que se reconocen como descendientes de la cultura maya.

Cuando, sembrando muerte, por allá por 1521, aparecieron los invasores españoles encontraron en esos territorios mayas importantes vestigios y documentos. Los curas que acompañaban a esos bárbaros soldados barbados eran fanáticos, analfabetos y patibularios. Y en nombre del catolicismo destruyeron con saña los testimonios, quemaron valiosos códices y tabletas, cortaron lenguas y brazos. Hasta prohibieron el habla natural de aquellos aborígenes y cualquiera manifestación ajena al Cristo rey blanco y todo el santoral europeo medieval.

Desde ese pasado que hoy los científicos se empeñan en desentrañar nos llegan importantes datos. Sin contar con ninguna tecnología avanzada los Mayas fueron un prodigio en numerología, astrología y matemáticas. Su lectura del cielo estrellado llevó a sus sacerdotes y maestros a organizar un complejo y en muchos aspectos exacto sistema del tiempo. De ahí surge esta fecha, grabada en piedras y descifrada por especialistas. Según ese calendario maya se agota ahora una etapa-tiempo y comienza otra que podría brillar como una nueva era de conciencia cósmica en tránsito hacia una nueva civilización.

No hay que perderse en otros vericuetos. Tampoco se puede mirar el mundo maya desde una mitología primorosa, Nil novi sub sole, dice el Eclesiastés de Salomón: nada nuevo bajo el sol. En el mundo maya hubo pueblos que afrontaron guerras despiadadas y exterminios. En medio de enormes diferencias y complejidades sociales las castas privilegiadas vivían regiamente en mansiones y el campesino en barriadas de pobreza, chozas endebles con paredes de lodo y techos con hojas de palma. Era una sociedad que, además, practicaba sacrificios humanos. Y hasta afirmaron la visita de extraterrestres. Nada nuevo bajo el sol.

Otra cuestión: anunciar el fin del mundo y aterrorizar a los simplones es más antiguo que andar a pié. A lo largo de los tiempos conocidos ha habido miles de profecías falsas. He aquí algunas pocas muestras:

-Julio de 1523, adivinos y astrólogos dijeron que un diluvio castigaría a la Tierra el 1 de febrero de 1524. El pánico fue terrible, la gente abandonó las ciudades. Y ese día llegó pero sin lluvia y con un sol de película.

-William Millar, fundador de los Adventistas del Séptimo día, sentenció que el final del mundo iba a ser el 23 de abril de 1843. Como eso no sucedió, Millar dio otras fechas, 7 de julio de 1843, 21 de marzo de 1844 y 22 de octubre de 1844. Nada. El falso iluminado aprovechó el pánico y se enriqueció vendiendo ropas para “ascender a los cielos”.

-Año 1881. Los egiptólogos midieron la pirámide de Kéops y pronosticaron que ese año vendría el final. Cero. Hubo después un comerciante de Nueva York que declaró octubre de 1908 como último día del mundo. Otro cero.

- Nuevas predicciones se agitaron en 1925, 1931, 1936 y 1937. Una secta de Canadá señaló el 9 de enero de 1954. Un deschavetado colombiano habló del 18 de abril de 1965. Otro, el danés, Anders Jensen, explicó por televisión que el final sería el 2 de diciembre de 1967. Una visionaria, norteamericana, la Viola Walter, habló de septiembre de 1975.

- Esta lista ridícula no termina, al contrario, aumenta. De los últimos capullos un tal Harold Camping advirtió que la Tierra iba a desaparecer el 21 de octubre del 2011.

Es una maraña de superchería y poca gente quiere entender una realidad. La ciencia hoy día supera la ficción. El futuro viene cargado de maravillas que bien administradas abrirían enormes perspectivas. Pero también la ciencia anuncia peligros, guerras, colapsos económicos, pandemias o cambios profundos e irreversibles en el clima. Podríamos estar ante un precipicio. Y si es así hay que entenderlo, afrontarlo, sobre todo corregirlo. Aún es posible.