Al leer el reportaje de la Associated Press sobre la sequía en Estados Unidos, parecía un relato de ciencia ficción sobre un planeta en pleno Apocalipsis.

Fíjese que esos enormes y majestuosos ríos de Estados Unidos, como el Mississippi y el Ohio, así como sus afluentes, están varando en sus orillas cientos de miles, millones de peces de agua dulce, muertos, sofocados por el recalentamiento del agua que en algunos sectores ha llegado a sobrepasar los 40 grados centígrados.

La mortandad ha contabilizado hasta ahora cerca de 50 mil de aquellos enormes esturiones, cuya carne se vende a algo más de 110 mil pesos el kilo, y cuyos huevecillos son el aún más caro manjar conocido como Caviar, que vale diez veces más. Fuera de eso, los bagres y las carpas, especies que alcanzan un tamaño descomunal, más las percas, las truchas, las lobinas y los salmones de río y un centenar de otras especies de alto precio comercial, aparecen muertos y en rápida putrefacción en un número tan enorme que no es posible hacer una estimación de la catástrofe.

Y por cierto está la multitud de otros peces equivalentes al pejerrey y al cauque, que hacen delicias de los pescadores de caña. Según las autoridades locales, la mortandad puede ser de varios millones de ejemplares, cuya descomposición ha comenzado a contaminar el agua, e incluso masas de peces muertos han taponeado canales y tuberías industriales.

Esa increíble temperatura del agua, cuarenta grados centígrados, equivalente a la de un baño de tina bien caliente, ha producido una pérdida gravísima del oxígeno que respiran los peces, a la vez que les provoca un estado febril mortal. Imagínese que para los seres humanos una temperatura de 41 o 42 grados, equivale a una fiebre mortal, que requiere atención de urgencia con hielo y otros recursos paramédicos.

De hecho, un ser humano que tuviera que mantenerse largo rato inmerso en esas aguas, también sufriría un colapso generalizado y muy posiblemente mortal.

Escucha aquí la crónica producida y dirigida por Ruperto Concha.