La última encuesta Adimark de septiembre mostró que los niveles de aprobación de los partidos políticos en Chile se mantienen en niveles paupérrimos, en lo que se ha transformado en una constante en los últimos años.

Según el sondeo, la aprobación hacia la Coalición por el Cambio registró un 28% de aprobación y un rechazo del 59%. Mientras que en la vereda de enfrente, la Concertación obtuvo un discreto 17% de aprobación a su gestión y 71% de rechazo.

En el ámbito de las instituciones públicas, un 23% aprueba a la Cámara de Diputados y un 25% aprueba al Senado. Mientras que más del 60% rechaza como se están desempeñando ambas ramas del Congreso.

No se necesita ser un experto para “leer” estos números y dar cuenta de una grave crisis en el mundo político, que pasa fundamentalmente por un tema de credibillidad en quienes nos representan.

Pero además, creo que hay otro factor y que es más transversal aún como es la decepción que sienten quienes dieron su voto libre y democráticamente a aquellos que prometieron muchas cosas, sin que hasta el momento se hayan traducido en beneficios reales y tangibles.

Sentimiento que embarga a quienes sienten que colocaron en el poder a un sector que aún no entiende que esto es política y no administración de empresas, como a su vez a aquellos que se inclinaron por un bando que durante más de 20 años no logró remedar las herencias de la dictadura.

Una decepción que se acrecienta más aún cuando se conocen hechos como el Caso La Polar, con diputados manejando en estado de ebriedad o forcejeando con mujeres por una bandera garabateada con consignas a favor del movimiento estudiantil, ocupando lugares en la cámara alta sin pasar por el escrutinio popular en una especie de puerta giratoria política.

No es atacar de manera gratuita a los políticos, pero hay una realidad instalada que merece una reflexión, no sólo unas reuniones entre eximios dirigentes para “refundar” coaliciones políticas, cuando en realidad no se está trabajando en el problema de fondo que es la representatividad.

Es necesaria una mirada a futuro para gobernar una nación cuyas nuevas generaciones no escatimarán en esfuerzos por hacer escuchar su voz, sino miren a los estudiantes que están arriesgando su año académico en pro de un futuro mejor.

Se necesita volver a los orígenes de la política, en donde primaban los acuerdos en favor del bien común y que se preocupaba realmente de quienes les habían confiado sus votos. Porque eso es democracia, representatividad de la ciudadanía, no de un partido.

Democracia es la soberanía de los pueblos por un bien común, no la decisión de unos pocos por sobre la mayoría. Democracia es participación en la toma de decisiones que nos afectan, más allá de las diferencias económicas o sociales.

Eso es democracia señores, no esa farsa de un sistema binominal ideado para perpetuarse en el poder basado en un modelo económico injusto y en donde los ricos son más ricos, los pobres son subsidiados y la clase media sostiene esta estructura con los impuestos y las tasas de crédito usureras.

¿Existe alguna vía de cambio? Siempre las hay, es sólo cuestión de voluntad iniciar una revolución en libertad, con reformas al sistema tributario, educacional y electoral.

Ese es el primer paso, el resto saldrá caminando por si mismo.