De un tiempo a esta parte se ha hecho cada vez más común la presencia de la prensa “amarillista” rodeando lo que atañe al fútbol, con jugadores que son acosados permanentemente a la salida del aeropuerto y en los entrenamientos, por sólo citar un ejemplo.

El objetivo de esta columna no es denigrar a ese formato televisivo, sino más bien expresar el rechazo como periodista de deportes, por cómo han ensuciado el fútbol, con sus idas y venidas de rumores y “copuchas”.

Lo primero es plantear la interrogante ¿Dónde está el límite entre lo privado y lo público?. Créanme que es una pregunta que ni aún en las escuelas de periodismo se ha logrado dar respuesta cabal, y que en la prensa “rosa” prefieren no aludir pues claramente no lo conocen…o ignoran su existencia.

Investigando el tema para esta columna, me encontré con la conductora del programa Intrusos (vaya nombre) alegando en contra del periodista Rodrigo Sepúlveda, quien pidió a los medios de farándula que dejaran tranquilos a los futbolistas, a lo que Julia Vial contestó señalando que: “Pídale a la familia de los futbolistas que no le eche más leña a los mismos futbolistas”. Épico.

Es una ingenuidad esperar que un simple llamado desde esta instancia logre cambiar la línea editorial de los programas de farándula, que les da tantos créditos en sintonía y principalmente económicos a quienes la comentan, a los que la fomentan y a los que son parte de ella.

Pero no por esto hay que negarse a criticar el nivel al cual han llegado, y lo que es peor, entorpecer el trabajo de los periodistas dedicados al deporte. Es cosa de revisar las imágenes de Mauricio Pinilla arribando a Santiago, y el caos provocado por los noteros de prensa amarillista, quienes no escatiman esfuerzos por lograr una cuña acerca de supuestas infidelidades, rupturas, y otros asuntos al más puro estilo de una novela nocturna.

En ese sentido, y ante un incidente protagonizado por el delantero Héctor Mancilla, el propio técnico de la Selección Nacional Claudio Borghi, señaló que “no soy papá de ellos (los jugadores)”, dejando en claro cuál es el límite que hay en la relación entre lo que es trabajo y la vida personal de cada uno.

Es muy delgada la línea que separa estos ámbitos, una frontera difusa que muchas veces se confunde o simplemente no se respeta, incluso cuando los involucrados están en lugares privados, como su casa, vulnerando los principios éticos del honor e intimidad a los cuales todos tenemos derecho, y que de ser violados, dejan expuesto a una persona al descrédito público.

¿Y qué dicen los jugadores?. Rodrigo Millar lo reconocía el viernes en rueda de prensa cuando señaló que: “Son cosas que dan risa y los involucrados se mantienen al margen de todo lo que se pueda decir. Eso es la clave para no meterse en temas que no son deportivos y que no nos sirven mucho”. Clarificador por decirlo menos.

Señores de “farandulandia”, si quieren conversar con un futbolista, invítenlo a sus programas, que dinero tienen para ello, pero no molesten a quienes hacemos prensa seria y que sólo nos interesa lo relativo a la cancha y el balón rodando.

Y no olviden que hay dignidad y honra en juego, cosas tan básicas, pero que algunos ignoran en su afán de conseguir la exclusiva.