Imagen: John Steven Fernandez en Flickr

Imagen: John Steven Fernandez en Flickr

Miriam Pérez abre la entrada de su carpa militar, y en el interior vemos a su nieto de 6 años durmiendo plácidamente en un colchón tirado en el suelo. Es de madrugada y hace mucho frío, pero ella se preocupa de arropar bien al pequeño para que no se resfríe. “He golpeado muchas puertas, pero todavía no hay nada”, nos indica. Y así como Miriam, muchos otros dichatinos esperan que la reconstrucción sea una realidad.

El día 27 en la madrugada llegamos a la aldea El Molino, donde hablamos con una voluntaria del Hogar de Cristo quien nos explicó que tuvieron una actividad junto a la damnificados que viven allí, pero en intimidad.

“La gente no quiere que vengan las cámaras, ni que se aparezcan políticos. Para ellos esto es un tema sensible”. Y respetamos su momento íntimo de reflexión, aunque al ver nuestros micrófonos de La Radio, nos saludan con afecto y se acercan a contarnos sus historias, como lo hizo Pedro.

Él se nos acerca con paso vacilante, apoyado en su señora, debido a que es no vidente. Pero en su rostro hay una paz y calma, a pesar del duro momento que vive. Nos cuenta que hace 3 meses se le asignó una mediagua, pero no tenía la instalación eléctrica.

Desde esa fecha su mujer ha viajado permanentemente hasta la CGE para lograr una solución, y al recordar se le quiebra la voz. “Prácticamente le tiraron los papeles en la cara, ¡por favor!, si nosotros no tenemos culpa de lo que nos pasó”.

Tras conversar y agradecernos el que le hayamos escuchado, se aleja para volver a su “casa” de 20 metros cuadrados, donde tendrá que acostarse alumbrados por una linterna de baja potencia, que ocupan lo justo y necesario para no agotarle las pilas muy rápido.

Continuamos con el recorrido por la Costanera, donde aún es posible ver los radieres de cemento donde antes habían cabañas de veraneo. A excepción de las calles que estaban limpias, parecía que el tsunami recién había pasado por ahí.

Luego nos dirigimos a donde la señora Miriam, que vive en un terreno cuyo dueño le facilitó junto a una carpa militar, para que ella pueda vivir junto a su nieto de 6 años.

En el sitio sólo hay un par de paredes de lo que fue una cocina, sin techo y con un lavaplatos, y a un costado está la carpa, en cuyo interior duerme el pequeño. En un rincón está el carro que Miriam ocupa para salir a vender toallas y gorros a los turistas. Pero no le ha ido bien, es que los turistas no vienen a la playa, llegan a sacarse fotos entre los escombros y luego se van para subir las imágenes a Facebook.

“Para uno es complicado estar en esta situación, aunque te ofrezcan un techo, es incómodo tener que estar armando y desarmando una pieza en el living de una casa ajena”, nos señala.

Le consultamos por el pequeño, que duerme plácidamente en un colchón al interior de la carpa. “Lo voy a tener que llevar al médico, porque habla todo el rato del terremoto, corre de aquí para allá, y me dice ‘Lita (sic) yo me quiero ir para mi casa’, la que teníamos antes”, señala.

Añade que esperaba tener una mediagua antes de navidad, pero aún sus papeles están en reposo en alguna oficina, perdidos entre las miles de solicitudes de ayuda y vida digna.

Sin perder la entereza, nos comenta que espera estar bajo techo antes de septiembre, ¿y en invierno? ¿qué va a pasar cuando llueva? tiene un sistema de trozos de carpa para evitar que el agua entre al interior de su precario hogar.

Abandonamos a Miriam, para concurrir a la velatón. Allí personas se acercan a colocar velas junto a la cruz conmemorativa. Sus rostros son adustos y conversan en voz baja, murmullos que aumentan cuando aparece la presidenta del PPD Carolina Tohá.

Ellos no querían cámaras, ni políticos, y mientras la dirigenta de Oposición es entrevistada por un canal de televisión, surgen gritos de reprobación de los presentes.

“No los queremos aquí, nosotros nos estamos levantando solos, yo y mis hermanos le estamos arreglando la casa a mi mamá. ¿Tu crees que hemos recibido ayuda del Gobierno? nada, por eso no queremos verlos aquí”, me señala un caballero de piel tostada por el sol que se gana la vida como buzo mariscador.

Ya un poco más calmado agrega, “Yo vi morir a muchos colegas, y estoy aquí para recordarlos, no para que hagan ‘farándula’ con nuestro dolor”.

Llegan las 03.34. Algunos se toman de las manos, rezan un padre nuestro. Un ave maría. Entonan cánticos religiosos. Un momento de silencio. Luego una voz destemplada comienza a entonar la canción nacional, mientras un sollozo se escucha entre la gente.

Finalizamos nuestra transmisión en vivo, y les dejamos para la romería que recorre las principales calles de Dichato en intimidad, tal como ellos lo querían, recordando a los que no están, y tomando fuerza para seguir reconstruyendo sus casas, y porqué no decirlo, sus vidas que esa madrugada del 27/F cambiaron radicalmente.

Cada uno puede estar a favor o en contra del Gobierno, tener simpatías políticas a favor de un conglomerado político en particular, repudiar o valorar lo que se ha hecho, pero hay un hecho objetivo que no amerita discusiones: las condiciones en las que se encuentran los dichatinos, especialmente en las aldeas, son indignas.

El problema no es sólo de un estamento, en este caso de las autoridades, sino que va más allá. Es un tema como sociedad, como chilenos que nos conmovemos con historias año a año en la Teletón, mientras a esta hora hay una mujer que hace cola para ocupar un baño químico en El Molino.

Por eso los vecinos de las aldeas no querían cámaras, flashes, ni menos políticos. Están desencantados de un país que poco a poco los deja en el olvido, mientras esperan la reconstrucción, no una solución definitiva, porque saben que eso es complicado, sino más bien una ayuda que les permita esperar la ansiada reconstrucción con dignidad y no como refugiados en un país que se dice solidario.

Mientras, la reconstrucción aún está en papeles que van de mano en mano, en una procesión infinita que mantiene en vilo a personas, que tal como lo decía Pedro, no tienen culpa de lo que les pasó esa madrugada del 27 de febrero.